Cuando la Biblia menciona el “grande y ancho mar”, no se trata solo de una descripción poética de la naturaleza. A través de sus páginas, el mar ha sido un símbolo de poder, de misterio, de dependencia humana y de la soberanía absoluta de Dios. Su inmensidad invita a la reflexión, a la adoración y a reconocer la grandeza del Creador.
El verso que inspira este artículo —“He ahí el grande y ancho mar”— proviene del Salmo 104, un himno dedicado a exaltar el poder, la sabiduría y la majestuosidad de Dios en toda la creación. Este salmo no solo describe la belleza del mundo visible, sino que pone al ser humano en la postura correcta: la de un adorador maravillado ante la obra de Dios.
El mar como evidencia de la grandeza de Dios
En la antigüedad, el mar representaba para Israel un escenario imponente y, a veces, amenazante. Era vasto, profundo, impredecible y lleno de vida que no alcanzaba a comprenderse por completo. Su grandeza revelaba algo del carácter de Dios: su inmensidad, su autoridad y su capacidad para sostener toda la creación.
El Salmo 104 detalla cómo Dios no solo creó el mar, sino que también lo gobierna. Cada criatura que se mueve en sus aguas existe por su palabra. La diversidad de especies —“seres innumerables, pequeños y grandes”— es testimonio de una creatividad divina que no se agota.
Cuando la Escritura llama nuestra atención hacia el mar, nos invita a mirar más allá de sus olas y a reconocer la mano de Aquel que lo sostiene.
El simbolismo espiritual del mar en la Biblia
A lo largo de la Biblia, el mar aparece con múltiples simbolismos:
- Poder y soberanía de Dios
En pasajes como Éxodo 14, cuando Dios abre el Mar Rojo, se muestra su dominio sobre los elementos. Las aguas obedecen al Creador. La naturaleza responde a su mandato.
- Lugar de prueba y dependencia
Muchos relatos bíblicos muestran al mar como un terreno donde la fe es probada. Desde Jonás hasta los discípulos en la tormenta, encontramos que cuando el hombre se ve superado, la soberanía de Dios se hace más evidente.
- Espacio de provisión
Las aguas también representan abundancia. En ellas habitan innumerables criaturas que sirven como sustento para el ser humano, recordando que Dios provee incluso en lugares que parecen inalcanzables.
- Límite establecido por Dios
En Jeremías 5:22, Dios habla del mar como un ejemplo de sus límites perfectos: “¿No temeréis delante de mí… que puse arena por término al mar?” Esto recalca que aun lo más poderoso de la creación está bajo su control.
El mar, por lo tanto, no es solo un fenómeno natural, sino un recordatorio constante de quién es Dios y de lo pequeño que somos ante su obra.
“El ancho mar”: una invitación a la adoración
Cuando el salmista contempla el mar, no lo hace desde la desesperación, sino desde la adoración. La expresión “grande y ancho” no solo describe tamaño, sino también propósito. El mar, con toda su inmensidad, es un altar natural que dirige nuestra mirada hacia arriba.
Cada ola, cada criatura, cada corriente es evidencia de que el mundo no es fruto del azar, sino de una mente sabia y un corazón generoso que decidió llenar la tierra de beneficios.
Para muchos creyentes, observar el mar se convierte en un momento espiritual: un lugar donde se despeja la mente y el alma encuentra descanso. Así como el salmista, somos invitados a ver al Creador detrás de la creación.
Una inspiración para la adoración a través de la música
La letra de “Mientras Viva” retoma precisamente este lenguaje bíblico: montes que humean, tierra que tiembla, criaturas innumerables en el mar. Es una invitación a contemplar la creación de Dios y responder con adoración.
La grandeza del mar sirve como punto de partida para una verdad central: mientras exista aliento en nosotros, mientras tengamos vida, tenemos razones infinitas para cantar al Señor. La creación entera es un recordatorio de su poder y su bondad, y la música se convierte en una forma de unir nuestra voz a ese coro eterno.
Mirar el mar para recordar al Creador
Contemplar el “grande y ancho mar” es un ejercicio espiritual. Nos enseña humildad, nos invita a la admiración, nos recuerda quién tiene el control y nos lleva a reconocer que el Dios que creó todo sigue siendo fiel, presente y poderoso.
Cada vez que vemos la inmensidad del mar, encontramos una razón más para adorar. Y cada vez que cantamos, reafirmamos que mientras vivamos, nuestra voz le pertenece a Él.

